domingo, 20 de enero de 2008

Historia de las cosas que no son


Cuando me levanté aquella mañana de Sábado radiante, no sabía que la vida me guardaba una pequeña sorpresa que, después de todo, no era tan pequeña. Y es que no podemos saber cómo acabará todo esto.

La luz del Sol no conseguía entrar en mi habitación porque un hombre alto y fuerte permanecía estático delante del ventanal. De más de un metro de ancho y dos de alto, me observaba atentamente, con paternalidad. Después de todo no era tan pequeño.

Mi reacción fue estúpida, lenta, torpe... Su mirada apolínea, la mía perdida, cuan Neo recién despertado de su primer viaje cibernético. No me salían palabras, tenía la boca cosida, la lengua atada, el paladar inundado de pegajosa saliva.

Él se acercó a mí con paso lento y pesado, haciendo temblar el suelo cada vez que apoyaba una de sus botas negras. No le podía ver la cara, el Sol a sus espaldas formaba en su rostro una malvada sombra, profunda y fría en contraste con mi cama. Noté que mi pijama se mojaba por la entrepierna. Qué tonto era yo.

Cuando estuvo tan cerca de mi cara como para poder notar su aliento, me susurró al oído: "Despierta". Se desvaneció, como si de niebla se tratase. Su contorno se difuminó poco a poco, haciendo bailar sensualmente su línea de contorno, hasta que rompiendo el lógico equilibrio de las cosas, desapareció.

No daba crédito a nada de lo sucedido, así que decidí que lo mejor sería ir a lavarme la cara y de paso quitarme el pijama mojado. Me dirigí al cuarto de baño.

Pisé descalzo el frío suelo. Un escalofrío me recorrió la espalda de abajo a arriba y de arriba a abajo. Caminé por el pasillo sin prestar atención a los cuadros que mi compañero de piso había colgado el día anterior. Llegué ante la puerta del baño. De ella colgaba un bonito letrero de madera hecho a mano por mi hermana, tenía tallado "Despacho del Sr. Roca". Mi hermana siempre había sido muy despierta.

Abrí la puerta decidido a liberarme de la prisión fría y húmeda que encerraba a mi entrepierna. Al entrar en el baño no encontré lo que mi cerebro, ordenado y racional, usuario habitual de la lógica más cartesiana, estaba esperando ver. Ante mí, un chico dormía en una cama. Estaba en un nivel inferior, yo le observaba desde una especie de escalón más alto. En la nuca algo se me clavaba con insinuación. Era cálido. Los rayos del Sol.

El chico se despertó y me miró atónito, no decía nada. Así que, lentamente me acerqué a él y le susurré cariñosamente: "Despierta".

1 comentario:

Anónimo dijo...

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