sábado, 22 de diciembre de 2007

Cuentos made in Shimohira II


Sonny Boy era un tío poco presentable. Adonde iba la montaba. De aspecto normal y estatura más bien baja, sin ser fuerte ni muy delgado, era una persona totalmente impredecible. No solía pisar más de 3 veces el mismo bar; la primera para ver el ambiente, la segunda para darle una paliza al cabrón de turno que le había jodido la primera noche, la tercera para matar a toda la panda de subnormales de las dos noches anteriores. Se podría decir que tenía una vida monótona.

Sonny Boy tenía sin embargo un garito. Le gustaba El Destierro, porque se sentía en calma cuando bebía en su barra. La gente le conocía de vista y sabían de qué se ganaba la vida. En El Destierro no tenía problemas, tampoco los buscaba.

Cuando Sonny Boy era pequeño, de la edad de un colegial de primaria elemental, tuvo su primer encuentro con la vida. Su madre, limpiadora por el día, puta por las noches, tenía un novio diferente cada mes. Estos tipos asqueros solían tratar muy mal a su madre. Sonny Boy podía ver cada noche, cómo lloraba su madre y cómo discutía con su novio de turno. Ellos la pegaban, la escupían y la insultaban. Sonny Boy no entendía muy bien por qué, su madre era muy dulce con la gente.

Todas las noches eran iguales. Su madre volvía del trabajo muy tarde, a la hora de cenar, preparaba los alimentos, acostaba a Sonny y se volvía a marchar con muy poca ropa. En alguna ocasión, Sonny Boy la preguntó por qué llevaba tan poca ropa, si hacía mucho frío. Ella contestó que era para que él pudiera ir a un buen colegio. Cuando volvía a casa por la mañana, con ojeras y el maquillaje corrido, se acostaba en su cama y dormía unas horas. Aguantaba la jornada laboral a base de drogas y fármacos ilegales.

Cuando Sonny creció un poco, y cumplió sus 12 primaveras, entendió un poco mejor el mundo. El día de su cumpleaños, el novio de su madre de entonces, Brad, se había comido todo el bonito pastel que con mucho esfuerzo había comprado la madre de Sonny. Ella regañó a Brad, pero él la pegó haciéndola sangrar por la nariz. Tumbada en el suelo recibió unas cuantas patadas más en las costillas. Entonces Sonny recordó las palabras de un amigo suyo: "Cuando alguien te pega, lo mejor que puedes hacer es pegarle tú también". La ira inundaba a Sonny. Él sentía el mismo dolor que su madre. Creía que él debía de hacer algo. Rápido.

Pasaron los días y Brad seguía en casa bebiendo cerveza y gritando a Sonny y su madre. Una noche, cuando Brad se durmió borracho en el sofá, Sonny aprovechó para ir a la cocina. Cogió del cajón de abajo un tenedor y se lo metió en el cinturón. Brad seguía roncando en el salón, rodeado de latas de cervezas. Su respiración era pesada, ruidosa. Sonny podía sentir su fétido aliento. Era cálido.

El tenedor brilló silenciosamente a la luz de la Luna. Veloz. Certero. Profundo. Penetrando. Desgarrando. Varias veces. En todo el cuerpo.

A la mañana siguiente, cuando la madre de Sonny volvió a casa de hacer la calle, no vio a Brad en el sofá como de costumbre. No lo volvería a ver nunca más. Sonny estaba en el cuarto de baño, limpiando unas oscuras manchas de su camiseta. Parecía vino. La madre abrazó a su hijo. Ambos lloraron toda la rabia que habían acumulado durante años.

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