Sigo buscando la chica ideal para mis novelas. A ver qué tal ésta, la cual fragua noche tras noche en mi cabeza.
La noche era cálida, suave, amable, cerrada... La Luna se ocultaba tras un espeso manto de nubes marmóreas de aspecto fantasmagórico, proyectando una débil luz espectral sobre la copa de los abetos del gran Parque Central del Distrito Ocho. La oscura hierba se agitaba al compás de la brisa nocturna en un sutil y preparado vals silencioso. Los caminos de tierra y grava estaban salpicados con redondos guijarros de colores claros, formando un bonito mosaico que no se podía apreciar en aquella noche tan jovial.
A escasos metros de la entrada occidental del parque, un grupo de jóvenes se divertía con una minimoto a toda velocidad. El silencio de madrugada era roto por el rugido del motor de gasolina quedando quebrado en mil pedazos que, sin poder reflectar la tenue luz lunar, brillaba por la ausencia de paz, calma y tranquilidad. En la pradera junto al primer estanque cinco jóvenes esperaban su turno para poder montar. La minimoto recorría en pocos segundos el gran camino de gravilla que subía por la colina alejándose de la entrada. Entonces se hacía el silencio. Pasados unos minutos volvía el atronador ruido por el camino de la colina adyacente. Se paraba en la pradera, se intercambiaba el piloto y vuelta a empezar la pequeña travesía nocturna. Mientras tanto, los demás esperaban impacientemente riendo en voz alta y escuchando música mientras bebían de un barril niquelado de cerveza.
El recién nombrado piloto hizo una cabriola nada más comenzar su turno, lo que provocó una subida de tono entre sus amigos. Una vez más se hizo el silencio cuando la minimoto desapareció por la colina, quedando las risas y la música. Por la abovedada entrada occidental pasó un coche viejo que frenó de golpe ante la baja cerca de la pradera. De él salieron cinco alegres chicas, una de ellas sin camiseta.
-Ya estamos aquí chicos. ¡Somos el alma de la fiesta! -gritó una chica pelirroja moderna con sombras en los ojos.
-Ya era hora. Una fiesta sin chicas no es una fiesta... -contestó un joven rubio que sostenía un gran vaso de plástico lleno de cerveza-. ¡Mirad! ¡Si traen algo más que cerveza!
-¿Qué te pensabas? He dicho que somos el alma de la fiesta y lo somos -le guiñó un ojo bajo la luz de los focos del coche señalando la botella de bourbon-. ¿Los dejo encendidos? -preguntó mientras apuntaba al coche con la mano libre sin quitar la mirada del rubio.
-No, apágalos. No queremos que venga la pasma -repuso otro joven.
-¿Qué hace Mary sin camiseta? ¿La has perdido, Mary? Si es así, yo te puedo dar calor del que llaman humano, ya sabes -afirmó un tercero que estaba medio tumbado en la corta hierba.
-Cállate Tom. Tú no das calor, tú haces sudar -contestó Mary.
Los demás rieron escandalosamente.
-Por cierto -comentó una chica que se estaba acomodando al lado de su novio-, ¿quién está ahora en la minimoto?
-James. El siguiente soy yo -dijo el rubio-. ¿Alguna quiere que la dé un paseo nocturno? -sonrió como en un anuncio mientras que con la mano izquierda hacía que disparaba lentamente a todas las chicas.
-Yo paso -dijo una de ellas-. La moto no puede con dos, y si pudiera no iría contigo sabiendo que has bebido.
Una vez más todos rieron juntos. Felizmente. Distraídamente.
-Por cierto, ¿alguien nos dice por qué a Mary se la ve el sujetador?
-¿Porque no llevo camiseta? -contesto ella irónicamente. Una chica se rió.
-Bien lumbreras, ¿y por qué no llevas camiseta?
-Está empapada. Derramó una botella de vino de mi padre en el coche, que para colmo también es de mi padre -dijo la pelirroja-.
-Si es que las mujeres no deberían tratar con tales licores tan nobles... -entonó la frase con un acento burlón intentando imitar a un rico burgués-. Y hablando de mujeres, mirad ésa que sube por la entrada.
Una mujer de mediana edad caminaba lentamente por el camino de subida. Llevaba el pelo recogido en una larga coleta de color azabache.
-Hey hey, mirad a esa loca. Se ha olvidado ponerse los pantalones -dijo uno de los chicos.
-Será guarra. Qué hace en bragas a estas horas de la noche -comentó Mary indignada.
-Tú no llevas camiseta, así que no hables demasiado -contestó la pelirroja burlonamente. Mary la miró y la lanzó una mirada de odio ensayada en clave de amistad.
La mujer seguía avanzando descalza, pisando los frío guijarros del camino y levantando algo de polvo al arrastrar los pies.
-¿Qué es lo que lleva en la mano? -preguntó Tom-.
-Parece un palo, o algo similar... Debe de pesar bastante porque lo lleva arrastrando.
-Tal vez simplemente esté cansada. No podrá dormir porque su marido no la ha dado sexo del bueno.
-¿De dónde habrá salido? Desde luego hay que estar loca para venir descalza y con una cutre camiseta universitaria.
-Seguramente de los apartamentos de la Veintiséis -contestó el rubio-. No podría dormir y habrá venido a ver las estrellas...
-O a verme a mí -repuso Tom alegremente sabiendo que nadie le creería-. Después de todo también soy una estrella.
Volvieron a reír todos juntos.
-Pues no viene por ti, Tom. Lo siento -dijo Mary mientras veía como la mujer pasaba de largo de ellos y se paraba en el camino de la colina-. Tiene pinta de haber dormido muy poco, mirad que pelo más desastroso.
-Podría haber dado las buenas noches al menos.
-A mí me sigue pareciendo que está cañón.
-Tom, tú siempre pensando en lo mismo. Por eso nunca conseguirás una novia.
-¿Para qué quiero novia si te tengo a ti? -dijo Tom mientras se acercaba a la chica y la intentaba besar de broma.
Por la colina adyacente renació el ruido de la minimoto a toda velocidad. James gritaba como si fuera un cowboy del Wild West norteamericano. Bajaba por el camino de gravilla a gran velocidad.
-Tal vez quiera montar en la moto -dijo un chico.
-Pues como no se quite pronto -repuso la pelirroja mientras encendía un cigarro-, el loco de James la va a atropellar.
-Alguien debería decirla algo. Tal vez esté drogada... Mirad, es un bate de béisbol -dijo señalando a la mujer iluminada por una farola cercana-. Es una sonámbula deportista -añadió chistosamente consiguiendo que los demás se rieran una vez más.
La mujer semidesnuda levantó el bate y lo agitó suavemente en el aire. El ruido de la moto se hacia cada vez más ensordecedor por la proximidad. James hizo una vez más una cabriola a escasos metros de la mujer, a quien seguramente no había visto en su estado eufórico y temerario. Aumentó la velocidad con la intención de hacer un derrape frente a sus compañeros.
El golpe fue seco y brutal. Al pasar la minimoto por el lado derecho de la mujer, ésta bateó rápidamente la cara del joven, haciendo un impacto directo y provocando que éste saliese disparado en la dirección opuesta a la moto. Pudo notar el crujir del cráneo en sus manos. James dio varias vueltas de campana sobre la gravilla, donde su cuerpo adoptó posturas perversas y macabras. Terminó impactando contra un banco el cual le hizo rebotar con violencia hacia arriba. El cuerpo cayó sobre la hierba emitiendo un estruendo hueco y apagado. No se movió. La moto derrapó camino abajo hasta chocar contra un árbol cercano de la pradera en donde la música seguía sonando. A una de las chicas se la escapó un breve grito agudo. Los vasos de cerveza rodaban por el suelo. La mujer se aproximaba hacia ellos arrastrando una vez más el bate, el cual dejaba un hilo oscuro de sangre a su paso. La luz tétrica de aquella noche lo iluminaba de forma siniestra.
Al llegar a la cerca de la pradera por donde el camino de la entrada pasaba, los jóvenes asustados y paralizados por el miedo pudieron sentir el sonido que emitía el ensangrentado bate al ser arrastrado por el camino de tierra.
-Home run, babies -susurró la mujer sin mirarles y sin parar de caminar a un ritmo esquizofrénicamente lento.
Los jóvenes no pudieron contestar nada. Simplemente se quedaron temblando y pegados los unos a los otros mientras ella descendía por la entrada abovedada dejando tras de sí un fino hilo intermitente de la sangre de su fallecido amigo.